Todavía me acuerdo de la primera vez que me estrené en el mundo anal. No hace tanto tiempo ni es una práctica que lleve a cabo con mucha frecuencia. Y por supuesto, son cosas que una no olvida. Me remontaré al principio de los tiempos para compartir mi experiencia sobre la «temida» puerta de atrás.
Llevaba mucho tiempo escuchando que el ano es un agujero que merece la pena explorar. Perfecto. Yo, como siempre tan voluntariosa y curiosa en lo que al placer se refiere, no me lo quería perder. Así que mi actitud era buena. De hecho, tengo en mente a dos mujeres en concreto con las que se me hacían los ojos chiribitas hablando de sus hazañas con el sexo anal.
Tenía envidia. Y hablo de unos cuantos años atrás. A pesar de haberlo intentando modestamente un par de veces con un resultado catastrófico (sin lubricante, olé yo), no tiré la toalla. Un día, me acerqué a un Sex Shop nada elegante (ahora hay unas opciones maravillosas, sitios donde querrías quedarte encerrada para siempre, webs donde comprarías todo, etc.) y pregunté al dependiente, un hombre grande y robusto que bien podría haber sido un Oso.
«Hola, venía buscando un lubricante». Su desparpajo me pareció apabullante, empezó a hacerme preguntas como si me estuviera hablando de mi plato favorito, sin pudor alguno. «Es para uso anal»– respondí a una de ellas. «¡HABERLO DICHO ANTES, CHATA! Tengo un lubricante dilatador perfecto para ti. Yo lo he usado y te prometo que funciona». Acto seguido se dio la vuelta y cogió de la estantería un tarro de lo que me pareció un kilo de lubricante DILATADOR. ¡Ah! Que eso existía. Me reí claro, no esperaba que la ciencia anal hubiera avanzado tanto (y eso que hablo de unos 5 años atrás).
Cuando llegué a casa me puse a buscar en Internet referencias sobre este lubricante y cuando leí el comentario de un hombre que, literalmente, decía«te pone el ano como la boca de metro», me asusté. Claro, cuando fui a usarlo no estaba relajada, porque en mi imaginación no paraba de reproducirse una imagen de túnel de metro y mi ano abriéndose dolorosamente. Siempre me ha gustado el drama.

Y no noté nada. Aunque ahora sé que el fallo estuvo en que no esperé ni 10 minutos para quitármelo, porque me empecé a rallar mucho, mucho. Hicimos un intento y cuando yo creía que me llegaba a la garganta resulta que no había entrado ni siquiera un centímetro. PARA, NO PUEDO. Y jamás lo volví a intentar con esta persona.
Unos años después, ya con más experiencia y más ganas aún de aventura que entonces, me volvió a picar el gusanillo anal. Estaba en los inicios de una nueva relación, con total confianza y una pasión elevada al cubo (digo cubo porque quedaba más bonito, pero podría ser perfectamente elevada a 100), ese momento de los inicios en el que todo lo que puedas hacer y pensar se te queda corto, y siempre quieres más y más. No te importa no dormir, ir escocida al trabajo, tener morados por el cuerpo o alguna que otra calva en el pelo.
Él, mi Dios del Sexo, quería tapar todos los agujeros de mi cuerpo. Bien, bien. Yo, Diosa del Sexo sin igual, no paraba de juguetear con la opción de «regalarle mi ano». Perfecto. Así que hicimos una apuesta que perdí a conciencia, porque eso de perder y «tener que pagar» me daba un morbo que no podía con él. Diré que antes de perder la apuesta sucumbimos ante los encantos de este túnel (no como el del metro, por favor) e hicimos un par de intentos sin lubricante (si es que me pierde el ansia) en sendos momentos de pasión en la ducha y a saber dónde más.
Retomo. Entonces perdí mi apuesta y me dejé llevar por la idea de descubrir otra forma de derretirme de placer. Esta vez lo hice (o hicimos) bien. Compré un lubricante sencillo (nada que prometiera dilatarme como si de un parto se tratara) y lo guardamos hasta encontrar el día perfecto. Y esto del «día perfecto» tiene mucho peso en lo que al sexo anal se refiere. Porque aunque ya lo haya conseguido, no siempre está el culo para farolillos.
Un día, en medio de un polvo pasional de esos que hacen historia y después de haber tenido un orgasmo brutal, me sentí generosa y le propuse intentarlo. Hala, sin lubricante otra vez, pero era tal la lubricación natural del momento que me sentí segura. Lo intentó, conseguí relajarme y, voilá, entró. No del todo, vale, pero entró. Fueron suficientes un par de movimientos para decidir que era mejor hacerlo con lubricante. Pero me quedé contenta. Y ya, la siguiente vez, POR FIN, lo conseguimos. Esta vez sí, con lubricante. Me dejé llevar, relajé mi cuerpo y tuve la genial idea de intentarlo antes de tener un orgasmo, cuando mi excitación estaba en la cima. Y esto ayuda mucho.

Vale, he probado el sexo anal unas cuantas veces. He disfrutado psicológicamente de la experiencia y de las imágenes sexuales que he ganado para mi memoria… pero nunca, nunca he estado ni siquiera cerca de sentir un orgasmo de esta manera. Uno de esos orgasmos de los que me han hablado algunas mujeres. ¡Y yo quiero! ¡Pero no soy capaz! Obviamente, si me estimulo el clítoris a la vez que practico sexo anal, puedo llegar a tener un orgasmo, pero no es por el sexo anal en sí. Como sexóloga que soy, me sé bien la teoría (lo importante es disfrutar y no importa el cómo, no hay que obcecarse ni ponerse metas exigentes. Vale), pero yo quiero conocerlo TODO sobre mi cuerpo en general y sobre este agujero en particular. Y hay algo que me estoy perdiendo. Si, con toda la información y consejos en la mano, no lo consigo, pues no pasa nada. Seguiré disfrutando sin orgasmos, que también es posible.
¿Alguien tiene algo que aportar a esta causa?
Por otro lado, a día de hoy, trabajo con dos boutiques eróticas. Y doy fe de que el ano está de moda. Practicar sexo anal ya no es pecado, o no tanto como lo era años atrás, claro. Me refiero a que el sexo anal ha perdido parte del estigma que ha arrastrado durante años y ya hay mucha gente que sucumbe ante los encantos de descubrir un nuevo modo de sentir placer. Hasta los hombres heterosexuales, el grupo más complicado de conquistar por Mr. Ano, se van dejando hacer poco a poco. ¡Pero nos falta información! Hace falta hablar más y de forma más natural, compartir experiencias, truquillos y hasta errores garrafales que uno o una haya cometido para que el resto podamos deleitarnos con la información y probar con conocimiento de causa. El saber es poder.
Os diré que de las personas que deciden entrar o navegar por una tienda erótica (ya sea física u online) un importante porcentaje, compra productos anales. Especialmente lubricantes específicos y lubricantes relajantes (que los hay, y tienen muy, muy buenas referencias).
Y no creáis que es una cuestión de edad ni mucho menos. Hay gente joven, especialmente chicas, que muestran interés y desinhibición, pero no tantos hombres jóvenes (aún con la mente más cerrada y con más tabúes, quizás). Sin embargo, es impresionante la cantidad de hombres y mujeres de 50 para arriba que deciden practicar sexo anal (con lubricantes, plugs o estimuladores de próstata), que lo gozan y que luego vienen a contarlo. Sí.
Para terminar y demostrar esto de lo que hablo, contaré la anécdota de una mujer jubilada que se llevó uno de esos lubricantes anales relajantes y vino días después para dar las gracias y compartir su increíble sesión de sexo anal con su marido. Claro… a mí se me hacía la boca agua (y lo que no es la boca).
Señoras, señores… ¡prueben! ¡que es gratis! Quién sabe lo que nos queda por descubrir en lo que a los placeres carnales respecta. Seamos curiosas/os.
P.D.: Apunte importante. Es muy importante que cualquier juguete erótico destinado a uso anal tenga tope. Veréis que todos los que he compartido lo tienen.
He creado unas encuestas para acompañar mi opinión. ¡Así podemos ver que pensáis lxs demxs! Dejo aquí los enlace por si quieres participar:
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