«Si el amor aprieta, no es tu talla». El otro día topé con esta frase en mi muro de Facebook (no sé de quién es) y, directamente, la «compré». Entiendo muy bien, y en primera persona, lo que significa. Y creo que no soy la única. Estoy segura de que muchas mujeres comprarían esa frase también (¿y hombres? que se manifiesten). De hecho, he decidido usarla como mantra.
Como bien dictan las estadísticas, los veranos (o su final) traen consigo un alto número de rupturas de pareja. Hasta ahora no había sido muy consciente de esta realidad, pero este año, más que nunca, lo he visto claro. ¿Casualidad? Pues no lo sé, pero la verdad es que no me gusta ver a nadie sufrir por amores que no merecen la pena (independientemente de si las personas implicadas en esos amores la merecen o no).
Vayamos por pasos. Yo tuve una relación muy larga. Tan larga como desastrosa, dolorosa y tortuosa. Más de 7 años intermitentes en los que perdí mucho tiempo, autoestima, energía, kilos y posibilidades de conocer otras camas (y eso que no perdí TODAS las posibilidades, que tonta no soy). Un día, después de cinco años de relación, dije «el problema no es que no me gustes [el problema era precisamente que sí me gustaba], el problema es que no me gusta la persona que soy cuando estoy contigo». Touché. Creo que es una de las peores cosas que alguien te puede decir, sinceramente. Y aún así tardé dos años más en mandarle a tomar por culo, y eso que ya no sentía nada que pudiera parecerse ni lo más mínimo al amor (daré detalles en otro momento).
Pero toda experiencia tiene su valor. Y en este caso también lo tenía. Aprendí algo que tengo grabado a fuego: No importa el amor ni lo buena que pueda parecer una persona, ni lo que te guste, ni lo guapa que sea, ni lo bien que folle, SI NO TE HACE SENTIR BIEN, CORTA. Y en estas últimas semanas he compartido mucho esta lección con personas a las que aprecio, porque creo que nadie merece un amor que genera inseguridad, insomnio, falta de apetito y ganas de llorar. Nadie excepto quienes lo generan, a quienes no les viene mal un poco de su propia medicina. Aunque asumamos que estas cosas son de dos.
¿Por qué seguimos ahí, a pesar de todo? Por amor. ¿¿¿Por amor??? ¡venga ya! Eso NO ES AMOR. Eso es, en todo caso, falta de amor. Nadie nos enseña lo importante que es quererse uno mismo. Y quererse demasiado es de «creídos/as». Así que confundimos el amor con la necesidad, porque sí nos han enseñado (las películas, los libros, los padres, los abuelos…), de una forma muy naïf, que somos media naranja deambulando por el mundo buscando nuestra otra mitad. Y nos lo hemos tragado.
Pensamos que por el amor hay que luchar. No perdona, por el amor no hay que luchar, que esto no es la guerra. En todo caso, en el amor, hay que trabajar. Porque no nos equivoquemos, en las relaciones EL AMOR NO ES SUFICIENTE. No basta con querer y menos aún con decir «no, es que esta es mi forma de querer». No, hay que trabajar. Hay que ganarse la confianza y el amor del otro, respetar, empatizar, esforzarse por aprender a comunicarse, no creer que podemos hacer o decir cualquier cosa sin consecuencias sólo porque «el amor lo perdona todo».
Hay que trabajar mucho las actitudes propias, los tonos fuera de lugar, los espacios propios y los espacios del otro, la confianza en uno mismo, reflexionar sobre cómo nos sentimos, cómo nos hace sentir nuestra pareja y cómo creemos que hacemos sentir a nuestra pareja, ser justos…
¿Mucho trabajo? Pues ahí tenéis MI clave para que una relación funcione. Una es esa y la otra es directamente no hacer nada y aceptarlo todo. Allá cada cual. Aún así, nadie te asegura al 100% que va a funcionar. Así que al menos hazlo bien y disfruta del momento de forma sana e independiente. Que nadie te tenga que recordar como aquella persona con la que perdió tanto tiempo de su vida y que tú no tengas que recordar a nadie de esa manera tampoco.
No perdáis demasiado tiempo llorando por «amor». A veces no es cuestión de que nuestra pareja sea mala persona ni que nosotras/os lo seamos, es cuestión de que nuestros «yos» no encajan. Y ya. Sé bien que, por mucho que te diga la gente (y menos quien no conoces de nada), las decisiones has de tomarlas tú, pero a veces me da tanta rabia ver cómo sufrimos más tiempo del estrictamente necesario que me siento en la obligación de aportar mi granito de arena. Quien lo necesite y lo quiera que lo coja. Yo estaré encantada de seguir compartiéndolo.
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