Sales a la calle y caminas animada. De vez en cuando te cruzas con alguna persona que baja su mirada por debajo (muy por debajo) de tus ojos, pero no le das importancia. Pero cuando un número sospechoso de gente dirige su mirada hacia el mismo lugar, sospechas. ¡Oh, vaya! ¡Son mis tetas!
Me compré mi primer sujetador a los 20 años. No por falta de necesidad, no. Bueno, puede que sí, porque en realidad no lo echaba de menos. Me refiero a que, a pesar de tener dos tetas como dos carretas, no pensé que necesitara usar sujetador fuera del ámbito deportivo. De hecho, los sujetadores eran para mí como un grano en el culo. Incomodísimos.
Siendo fiel a la historia, diré que mi madre me intentó llevar por el camino de las buenas mujeres cuando tenía unos 11 años, en cuanto mi pecho dejó de ser plano como una tabla. Usé mi primer sujetador durante unos años porque era lo que tocaba y no tenía personalidad suficiente como para poner en duda el hecho de que no había nada que sujetar.
No recuerdo bien el momento en el que eso cambió. Supongo que me resultaba incómodo y que con la rebeldía que me caracteriza, un día probé a no usarlo y aquello me pareció el paraíso. El paraíso de las tetas. Sin tetas no hay paraíso, rezaba esa gran serie de ese gran canal… (uf). Pues con tetas y sujetador, menos.
Total, que me planté con mis 20 años, dos tetas tersas y sin sujetador. Yo vivía en la más absoluta inocencia y aun a día de hoy no recuerdo haber vivido situaciones incómodas, haber recibido comentarios obscenos o haber percibido un volumen de miradas insostenible o destacable.
Aun así, me rendí a la ley divina y fui a comprar mi primer sujetador veinteañero con dos amigas. Una tarde de muchas risas. La verdad es que había hecho varios intentos fallidos otras veces, pero como ningún sostén se me adaptaba perfectamente, terminaba pasando. Esa tarde di con EL SUJETADOR y, aun así, seguí sin usarlo.
Pero en algún momento de mi madurez debí empezar a frecuentar el mal camino (ahora el camino de las tetas enjauladas) y me terminé acostumbrando poco a poco. Una etapa que debió durar unos 2-3 años.
El caso es que me he plantado. He vuelto a dejar libertad a mi cuerpo y voy en bici con una sonrisa de oreja a oreja por la sensación tan placentera del aire entrando y saliendo por mi vestido. Soy happy, happy. Ahora bien, sin la ya mencionada inocencia que me caracterizaba con 20.
Esto se traduce en que ahora sí soy consciente de que a la gente le llama enormemente la atención el movimiento de mis tetas liberadas. Cosa que no puede sorprenderme más. O sea, vivimos en un siglo en el que es más fácil ver tetas que árboles. Las tenemos en la tele, en Internet, en revistas, en desfiles, en la playa… Y resulta que nos quedamos FLIPADOS cuando vemos un movimiento tetil por la calle, aunque no se vea nada.
Dicen que es más atractivo sugerir que enseñar. Y yo eso me lo paso por coñ*. Porque no deja de ser basura machista que nos dice qué tenemos que hacer para ser buenas mujeres, seductoras lo justo, sin pasarnos de zorras. Así que no me fío. Me quedo con la idea de que con el fácil acceso a ver tetas que tenemos a nuestro alcance, es curioso que nos llame tanto la atención ver a mujeres con pecho grande sin sujetador en la vía pública. Que nos llame la atención ver dos tetas que, en vez de estar estáticas debajo de la camiseta, se mueven divertidas. Según mi chico, ese movimiento natural genera un efecto similar al de los ojos de la serpiente de El libro de la selva. Las tetas hipnotizan.
Y es un poco agotador, la verdad. No es cuestión de hombres y mujeres, que conste. Porque llama la atención a partes iguales. Tanto que, a veces, estoy manteniendo una conversación y noto como mi interlocutor/a no puede controlar la caída de sus párpados (y no por sueño).
De hecho, un día andaba yo quejándome de la situación y del hecho de que me llamaron PUTAAAAAAAAAAAAAA desde una furgoneta mientras iba en bici. Y una amiga me dijo que claro, si iba sin sujetador, tenía que asumir las consecuencias. ¿Perdona? ¿Las consecuencias de qué? ¿De caminar libre por la calle? ¿De disfrutar cómodamente de mi cuerpo? ¿De no soportar la opresión del sujetador, con sus costuras, sus aros, sus copas, los tirantes clavándose en mis hombros…?
Y pienso que si realmente seguimos pensando así es que somos una sociedad de mierda. Una sociedad sexualmente frustrada y acomplejada que, o se pone las pilas, o no volará nunca.
Mientras tanto, yo seguiré haciendo uso de mi ‘libertad’ y pasearé mis tetas a mi antojo. Todo puede ser que un día la Ley de Seguridad Ciudadana se encargue de detenerme por escándalo púbico. Digo público. Y entonces me confesaré, pediré perdón y me convertiré en una mujer decente.
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